Noviembre.

Los días pueden ser difíciles, pero lo hacemos por los niños.

Ser Doctor Apapacho es estar presente, acompañar desde el juego, la risa, la broma, pero sobre todo desde el cariño, el respeto y un profundísimo amor. Es tener la entrega de acompañar a los pacientit@s y sus familias a vivir las experiencias más duras.

La Doctora Ultra

nos comparte una experiencia que te tocará el corazón:
Hola soy la doctora Ultravioleta, ¡la que viene de otro planeta y con la luna se deschaveta! Me encanta ir cada semana al hospital pues he podido aprender mucho de cada experiencia y mi corazón se ha hecho grandototote.
El día ha comenzado: los ojos, la nariz roja y la bata de colores de ultravioleta, se ven ya llegar al control de enfermeras. Sonrisas y abrazos me acompañan en el camino, y así entre colegas nos pasamos los chismes, ¡ups! y los informes médicos. Ahí me entero que Felipe está muy triste pues acaba de perder una pierna a causa de un tumor. Así que tomo aire, sueños, alegría y mucho amor para ir a tocar su puerta. 
Con el toc, toc, toc, mi corazón latía cada vez más rápido pues no sabía con lo que iba a encontrarme detrás de la puerta. La incertidumbre de si me dejará visitarle e intentar acompañarlo en este momento, o simplemente me despedirá con un “ahora no gracias”. Por fin se abrió la puerta y me recibió una enorme sonrisa y unos ojos tristones pero con mirada de “por fin llegaste”. Y si, Felipe y yo ya nos conocíamos, era un chico al que veía continuamente en este hospital pues ahí recibía sus quimioterapias.
Nos saludamos y jugamos cartas esa mañana con su abuelo y su hermana, ganamos una banana Split para su salida del hospital. De la pierna sólo hubo una mueca y un gesto de brazos de su parte, y no hablamos más pero quedó la promesa de un cuento que él mismo escribiría.

A la semana siguiente en ese mismo hospital durante el saludo matutino y los informes médicos con mis queridas enfermeras, me entero que Felipe seguía internado y en estado crítico por la metástasis de su tumor. Mi corazón se apretujó como si estuviera suspendido en un abrazo interminable, mis pies querían llegar pronto a la habitación, mirarlo a los ojos, gastarle una broma sentirme cerca de él, tomar su mano y decirle que ahí estaba para él. Así que llegué y pronto toqué a su puerta.
Su abuelo abrió la puerta y me dijo “doctora, hoy yo creo que no podrá visitarlo”. De lejos, Felipe me hizo la seña de “hola” con la mano, nos miramos y le mandé un beso diciéndole “te quiero”. Él me mandó un beso con la mano y la puerta se cerró.

A la visita siguiente que me tocó en ese hospital. Pregunté por Felipe y me dijeron que había muerto el viernes de esa semana que lo vi de lejos.
Ser Doctor Apapacho me ha cambiado la vida. La mujer que soy fuera del hospital ha aprendido a disfrutar cada momento, de cada persona. Ahora sé que todos tenemos días malos, enfermedades y dolores, pero que guerreamos a cada instante para ganar un poco más de felicidad, y aprendemos de los otros guerreros que conocemos en la vida. Lo importante es vivir intensamente felices con lo que hay.
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